Recuerdos het&yaoi.
Feb. 19th, 2008 11:15 pm![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
Título: Entre lineas.
Beta Reader: Amigo que hizo Cut/Gyn/Rem. en un foro troll owo
Fandom:Teen Titans.
Pareja: Menciones hipotéticas de Robin/Raven, Cyborg/Raven y Raven/Starfire, but it is all aboutus (?) BeastBoy&Raven.
Rating: T, porque hay insinuaciones pervert =D
-¿Raven?-Musitó con timidez.
-¿Qué quieres?-Tenía los ojos cerrados, el rostro vuelto al cielo raso. Chico Bestia ignoraba si dormía o meditaba, pero sabía que podía enfadarse con la interrupción.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-Algo tembloroso.
Ella tuerce los labios. Sólo un poco.
-Ya la hiciste.-Declaró.- Pero haz otra.-Aclaró secamente, evitando los litros de lágrimas que inundarían su cama. Con suerte, sólo habría que lavar las sábanas y ahumar el cuarto con incienso y mirra. Por la mañana, como siempre.
-Si yo muriera...-Suavemente...-¿qué harías?-Él hunde su cabeza entre ese pecho angosto y tibio. Raven no puede respirar, ha abierto los ojos sin que Chico Bestia lo note. La cama está a punto de ser bombardeada por su llanto.
-No te dejaríamos morir.-El plural la ayuda a hacer una afirmación que puede ser falsa. Todo es posible y tiene miedo. El miedo despierta al odio y no quiere traerlo esta noche.
-Pero, Raven...-Solloza.-Puede suceder...
-No dejaré que eso pase.-Estaca en la conversación, intenta no temblar. Si no se viera superfluo quitarse el cabello de la cara, lo haría.
-Pero si pasara...-Con un hilo de voz que duele. Ternura que disimula una joven "frívola".-¿Qué harías entonces?-No importa la respuesta, su ánimo es melancólico.
Pausa. Los chillidos y sorbidos de Chico Bestia. El silencio pensativo de Raven.
-Lo arreglaría.-Dice al fin, gravemente. Una forma de ser insegura. Siente que el odio quiere morder y destrozar la pregunta, morder y destrozar a quien la hace, morder y destrozar la situación. Pero no lo hace aunque apriete los dientes.
-¿Cómo?-Insiste y acerca aún más la cabeza a su pecho. Es la primera vez que intentan dormir juntos y sabe que está nervioso por ser en su habitación. Él la considera "tétrica" pero también dijo que le gustaba por ser como ella. Y fin de una discusión hace casi dos horas.
-Arreglándolo.-Corta en seco nuevamente, molesta.
-¿Pero cómo?-Él no llora aún, curioso de ojos enormes.
Pausa nueva. Silencio total. Una piensa y otro espera.
-Hay muchas formas.-Declara, sombría.-Elegiría una.
-¿Cómo cual?
-Un hechizo.
-¿Y eso duele?
-Estarías muerto, no lo sabrías.
-¿Y si no funciona?
-Lo haría funcionar.-Está mintiendo, no es exacta. Late en su pecho la ira al pensarlo.
-Pero yo digo... Y si no pudieras, si yo hubiera muerto-muerto.-Araña la sábana, pasa su dedo índice y por el hombro de Raven y ella se relaja tristemente.
Pausa.
-Te vengaría.-Sisea esa amenaza y aunque es hipotética, él se encoge en su regazo.
-Eso ya lo sé...
-Entonces,¿para qué preguntas?-Ladra sin gritar, con su voz lánguida.
-Lo siento.-Él dice y trata de amoldarse, de seguir con la caricia congelada.
Larga pausa.
-Pero quiero decir luego...
-¿Luego de qué?-De nuevo los ojos cerrados, presiona sus dedos en la nuca de Chico Bestia.
-De eso...-Mueve los ojos al acolchado, lo endereza y lo sube hasta que cubre a Raven, sin impedirle respirar. Se dedica a moldearlo a su figura, con una motivación nerviosa. - Si volvieras aquí y yo no estuviera... ¿Con quién te quedarías?-Los ojos llenos de lágrimas y creciendo.
-¿Qué...?-Jamás había pensado en eso.
-¿Con Robin?¡Todos quieren a Robin! Y él siempre quiere ser el mejor... Te va a llevar a pelear contra esos gángsters y se van a enamorar y van a vivir como en "Misión Imposible" todos los días y sólo van a acordarse de mí cuando festejen, llegue la noche y...
-Chico Bestia.-Trata de cerrar los ojos, de suspirar aunque no es posible. Vive en una especie de luto eterno. Son costumbres.
-¿Con Cyborg?-Sollozando ya abiertamente.- ¡Él es demasiado atento! Te va abrazar, te va a llevar a bailar para consolarte, a partidos de béisbol y otros lugares geniales. Vas a empezar a frecuentar lugares felices, te vas a olvidar que estás triste y él va a escucharte y a darte muchos abrazos de oso y después van a casarse y no pensarás en mí hasta que tengan que ponerle nombre a su primer hijo.
-¡Chico Bestia!-Una sola pareja y se guardan las cenizas. No hay un segundo amor, suponiendo que haya uno en primer lugar.
-¿O Starfire? Tú y ella son tan amigas, va a llorar mucho por ti y la que va a tener que consolarla al final serás tú y van a pasar una noche rara en algún bar y ella va a embarazarse y tú tendrás que casarte en su planeta y conocer a sus hermanas, que van a quererte mucho, y tu papá si va a aceptarla... ¿Quién no podría amar a Starfire?
-¡CHICO BESTIA!- Grita al fin. Pensar esas cosas la abruma sin que le agreguen semejante circo de probables, por desgracia no imposibles. Ni siquiera el embarazo de Starfire, según su último comentario a mitad de la "charla entre chicas interplanetarias" que suelen hacer una vez por semana.
-¿Qué?-Sin aire ni lágrimas.
Pausa. Ella acaricia su espalda y susurra, como un deseo:
-Aún no mueres.
-Ah...-Cae en sus palabras y la necesidad de sollozar se esfuma repentinamente.-Es verdad...
Una pausa más tranquila y Raven cierra de nuevo los ojos, esperando un letargo sin interrupciones parecidas hasta el alba. Falta poco, pero no importa el tiempo.
Chico Bestia vuelve hasta sus hombros, la cabeza en la almohada, los brazos rodeando su pecho y cintura.
-Buenas noches, Raven. Te quiero.-Susurra, somnoliento.
Espera a que su respiración se vuelva irregular, pesada, poco antes del ronquido.
-Yo también.-Es muy bajo, parecido un crujido de dos ramas en el bosque. Debe haberla escuchado, porque sonríe.
Ella intenta no reflexionar, pero un pensamiento agudo la atraviesa: Ni siquiera el amor despierta a los muertos.
Si se diera el caso, sería Raven la que no despertaría de nuevo.
Título: Preso. (Serie de viñetas I. II. y III.)
Beta Reader: Ni en broma, pero lo más triste es que vuestra servidora lo editó como tres veces. x_X *es tonta*
Fandom:D-Gray Man, bienvenido el yaoi (?)
Pareja:Allen/Jean/Leo.
Rating: T.
Beta Reader: Amigo que hizo Cut/Gyn/Rem. en un foro troll owo
Fandom:Teen Titans.
Pareja: Menciones hipotéticas de Robin/Raven, Cyborg/Raven y Raven/Starfire, but it is all about
Rating: T, porque hay insinuaciones pervert =D
Entre líneas
-¿Raven?-Musitó con timidez.
-¿Qué quieres?-Tenía los ojos cerrados, el rostro vuelto al cielo raso. Chico Bestia ignoraba si dormía o meditaba, pero sabía que podía enfadarse con la interrupción.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-Algo tembloroso.
Ella tuerce los labios. Sólo un poco.
-Ya la hiciste.-Declaró.- Pero haz otra.-Aclaró secamente, evitando los litros de lágrimas que inundarían su cama. Con suerte, sólo habría que lavar las sábanas y ahumar el cuarto con incienso y mirra. Por la mañana, como siempre.
-Si yo muriera...-Suavemente...-¿qué harías?-Él hunde su cabeza entre ese pecho angosto y tibio. Raven no puede respirar, ha abierto los ojos sin que Chico Bestia lo note. La cama está a punto de ser bombardeada por su llanto.
-No te dejaríamos morir.-El plural la ayuda a hacer una afirmación que puede ser falsa. Todo es posible y tiene miedo. El miedo despierta al odio y no quiere traerlo esta noche.
-Pero, Raven...-Solloza.-Puede suceder...
-No dejaré que eso pase.-Estaca en la conversación, intenta no temblar. Si no se viera superfluo quitarse el cabello de la cara, lo haría.
-Pero si pasara...-Con un hilo de voz que duele. Ternura que disimula una joven "frívola".-¿Qué harías entonces?-No importa la respuesta, su ánimo es melancólico.
Pausa. Los chillidos y sorbidos de Chico Bestia. El silencio pensativo de Raven.
-Lo arreglaría.-Dice al fin, gravemente. Una forma de ser insegura. Siente que el odio quiere morder y destrozar la pregunta, morder y destrozar a quien la hace, morder y destrozar la situación. Pero no lo hace aunque apriete los dientes.
-¿Cómo?-Insiste y acerca aún más la cabeza a su pecho. Es la primera vez que intentan dormir juntos y sabe que está nervioso por ser en su habitación. Él la considera "tétrica" pero también dijo que le gustaba por ser como ella. Y fin de una discusión hace casi dos horas.
-Arreglándolo.-Corta en seco nuevamente, molesta.
-¿Pero cómo?-Él no llora aún, curioso de ojos enormes.
Pausa nueva. Silencio total. Una piensa y otro espera.
-Hay muchas formas.-Declara, sombría.-Elegiría una.
-¿Cómo cual?
-Un hechizo.
-¿Y eso duele?
-Estarías muerto, no lo sabrías.
-¿Y si no funciona?
-Lo haría funcionar.-Está mintiendo, no es exacta. Late en su pecho la ira al pensarlo.
-Pero yo digo... Y si no pudieras, si yo hubiera muerto-muerto.-Araña la sábana, pasa su dedo índice y por el hombro de Raven y ella se relaja tristemente.
Pausa.
-Te vengaría.-Sisea esa amenaza y aunque es hipotética, él se encoge en su regazo.
-Eso ya lo sé...
-Entonces,¿para qué preguntas?-Ladra sin gritar, con su voz lánguida.
-Lo siento.-Él dice y trata de amoldarse, de seguir con la caricia congelada.
Larga pausa.
-Pero quiero decir luego...
-¿Luego de qué?-De nuevo los ojos cerrados, presiona sus dedos en la nuca de Chico Bestia.
-De eso...-Mueve los ojos al acolchado, lo endereza y lo sube hasta que cubre a Raven, sin impedirle respirar. Se dedica a moldearlo a su figura, con una motivación nerviosa. - Si volvieras aquí y yo no estuviera... ¿Con quién te quedarías?-Los ojos llenos de lágrimas y creciendo.
-¿Qué...?-Jamás había pensado en eso.
-¿Con Robin?¡Todos quieren a Robin! Y él siempre quiere ser el mejor... Te va a llevar a pelear contra esos gángsters y se van a enamorar y van a vivir como en "Misión Imposible" todos los días y sólo van a acordarse de mí cuando festejen, llegue la noche y...
-Chico Bestia.-Trata de cerrar los ojos, de suspirar aunque no es posible. Vive en una especie de luto eterno. Son costumbres.
-¿Con Cyborg?-Sollozando ya abiertamente.- ¡Él es demasiado atento! Te va abrazar, te va a llevar a bailar para consolarte, a partidos de béisbol y otros lugares geniales. Vas a empezar a frecuentar lugares felices, te vas a olvidar que estás triste y él va a escucharte y a darte muchos abrazos de oso y después van a casarse y no pensarás en mí hasta que tengan que ponerle nombre a su primer hijo.
-¡Chico Bestia!-Una sola pareja y se guardan las cenizas. No hay un segundo amor, suponiendo que haya uno en primer lugar.
-¿O Starfire? Tú y ella son tan amigas, va a llorar mucho por ti y la que va a tener que consolarla al final serás tú y van a pasar una noche rara en algún bar y ella va a embarazarse y tú tendrás que casarte en su planeta y conocer a sus hermanas, que van a quererte mucho, y tu papá si va a aceptarla... ¿Quién no podría amar a Starfire?
-¡CHICO BESTIA!- Grita al fin. Pensar esas cosas la abruma sin que le agreguen semejante circo de probables, por desgracia no imposibles. Ni siquiera el embarazo de Starfire, según su último comentario a mitad de la "charla entre chicas interplanetarias" que suelen hacer una vez por semana.
-¿Qué?-Sin aire ni lágrimas.
Pausa. Ella acaricia su espalda y susurra, como un deseo:
-Aún no mueres.
-Ah...-Cae en sus palabras y la necesidad de sollozar se esfuma repentinamente.-Es verdad...
Una pausa más tranquila y Raven cierra de nuevo los ojos, esperando un letargo sin interrupciones parecidas hasta el alba. Falta poco, pero no importa el tiempo.
Chico Bestia vuelve hasta sus hombros, la cabeza en la almohada, los brazos rodeando su pecho y cintura.
-Buenas noches, Raven. Te quiero.-Susurra, somnoliento.
Espera a que su respiración se vuelva irregular, pesada, poco antes del ronquido.
-Yo también.-Es muy bajo, parecido un crujido de dos ramas en el bosque. Debe haberla escuchado, porque sonríe.
Ella intenta no reflexionar, pero un pensamiento agudo la atraviesa: Ni siquiera el amor despierta a los muertos.
Si se diera el caso, sería Raven la que no despertaría de nuevo.
Título: Preso. (Serie de viñetas I. II. y III.)
Beta Reader: Ni en broma, pero lo más triste es que vuestra servidora lo editó como tres veces. x_X *es tonta*
Fandom:D-Gray Man, bienvenido el yaoi (?)
Pareja:Allen/Jean/Leo.
Rating: T.
Para Jean, Leo era tierno. No es que fuera fácil para él enternecerse: había que hacer una pausa para dejar entrar esa emoción suave, hacer que se rompiera su constante cinismo, y buscar ser cómico e infantil, aún más de lo que era en realidad. Y así, su mejor amigo llenaba con algo tibio cada recoveco de su ser y lo volvía un idiota sonriente.
Para hacer que Leo lo enterneciera sólo había que hacer algo extravagante. Por ejemplo: Fastidiar a las mucamas, levantándoles las largas faldas negras y dejando ver esos calzones llenos de corazones rojos en la tela blanca. Esa es sólo una de las cosas que hacían a Leo sonrojarse. Su color subido, hacía juego con su cabello turquesa y sus ojos amarillos como ámbar. De una forma tan llamativa como todas las cosas que solían gustarle a Jean, desde sus patines anaranjados y violetas hasta las plumas de los pájaros que sobrevolaban durante el crepúsculo y que caían de al menos dos piedrazos. Siendo Leo tan tierno y divertido, daba risa a Jean cuando surcaban juntos las escaleras de piedra, prácticamente volando sobre ruedas, matando geranios que a veces su amigo volvía a ver, con tristeza.
Desde que Leo murió no hay buenos motivos para enternecerse. Y hay rosales replantados en donde había geranios; pisarlos, por más divertido que pueda resultar, parece una odisea irrealizable e innecesaria.
Quedó -por el parque- una marca en la tierra donde cayó exhausto ese exorcista que mató a Leo, borrando esa sonrisa mecánica que Jean recuerda con escalofríos. Es totalmente lejana al gesto de picardía avergonzada que solía Leo, esbozarle tras sus manos de niña pequeña, siempre sucias por tierra y juegos.
Cuando Jean da vueltas al rededor, sin ruedas ni prisa al final de sus pasos, está cada vez más cabizbajo e infeliz, muchas veces preguntándose si tuvo alguna culpa. No le parece lógico pero le pesan los hombros y está encogido. Todos los días un poco más.
***
Mi madre murió pensando que Jean era frío y diciendo que eso me mataría.
En el momento en que dejó de respirar, no entendí sus razones. El sol crepuscular alumbraba su cara y no se movía ninguna de sus facciones. Rígida.
Jean es mi mejor amigo, el que he tenido toda mi vida. Doce años.
Solía hacerme reír.
Decía malas palabras y era muy inteligente.
Hacía chistes crueles con algunas personas, a las que tildaba de tontos o que en todo caso, se merecían por algo sus tretas.
Tenía una peca en el cuello, muy pequeña, y con forma de panda.
Mi mamá se reía cuando hacía de las suyas, como cuando estalló esos dulces redondos en una de sus fiestas de té. Aunque sus amigas dicen que es un vándalo.
Su padre no vive aquí y su madre viaja siempre.
Jean prefiere no hablar de ella, pero está orgulloso de su padre. Es un científico. Hace un año se fue a trabajar para el Vaticano.
Ser amigo de Jean me da orgullo. Suele sorprenderme al describirme cómo funciona algo. Sus ojos se prenden fuego y entonces, sé que somos muy distintos.
Siempre creí que era ese talento el que lo hacía diferente.
A principios del invierno patinamos juntos en el hielo. Hicimos camas en la nieve y dormimos sobre ellas, exhaustos, por las vacaciones o el día de pinta. Una de esas mañanas, probé whisky de la petaca de su padre. Hice arcadas y desistí al primer sorbo.
Jean sí bebió mucho. Su cabello derritió la nieve y armó una almohada con mi abrigo. Su rostro parecía una manzana, y sus ojos era brillantes, perdidos bajo sus párpados. Tenía los labios tibios y sus pestañas acariciaban las mías. Yo contuve la respiración y ese fue mi primer beso.
Mi madre murió cuando le conté.
Las criadas le habían arreglado el cabello y estaba demasiado brillante. Parecía una mata. Al decir que la frialdad de Jean me mataría, se cortó su respiración.
Quemaron todo por el tifus. Ropa y cosméticos. La enterramos muy hondo en la tierra, con muchas flores e insuficientes lágrimas.
***
Las baldosas del parque son rojas. Lo eran desde antes de que Leo muriera sobre ellas. Jean cree que sufre un pequeño infarto siempre que su pie toca, temblorosamente, el sitio donde esa cosa parecida a su amigo, dejó de respirar. O algo así. La primera vez rompió a llorar, arañándose la cara. Por la quinta visita, no quedaban rastros: la hierba creció de nuevo y se salva la marca de Allen. Si piensa demasiado en un posible regreso, le silban los oídos y su cara imita el color de las baldosas y de la sangre.
Hay volantes que anuncian la pérdida de Leo y una recompensa en muchas libras ofrecidas por su padre, a su vez donadas por la asociación de damas a la que pertenecía su madre. Jean mira esa fotografía sonriente, en la que Leo parece un muñeco de porcelana fría y se pregunta por qué. Al principio, lágrimas y resfríos bajaban por sus mejillas. Culpó al invierno y se limpió con su bufanda, más de diez estornudos e hipidos húmedos.
Todas las criadas piensan que su gripe se debe a la desaparición de Leo. Asumen que cuando sale a caminar, Jean lo busca en los bajos sitios de la ciudad. Olvidaron en seguida al Jean bromista innato que las hacía suspirar de rabia e impotencia ante su corta edad.
Los niños son niños, decían antes. ¡Aunque diablos parezcan!
Ya no se sabe a dónde llegaremos, pobrecillo. Es víctima de los tiempos modernos...
Se conduelen hoy y lo miran como a un pequeño santo penitente.
Novedad: El padre de Jean le escribió a su hijo. Debe ser grave.
En realidad, fue para pedirle que cuide mejor sus acciones y que deje de enfermar. En su segunda carta lamentaba la pérdida de Leo, pero comentaba la cantidad de bandas juveniles en los alrededores. Jean entendió el mensaje y le envió un escupitajo sellado con el escudo de la familia. No ha recibido la respuesta aún.
Si se siente algo ingenuo, cree los rumores y busca esa cara llena de colores y ternura por entre esos grupos de niños ladrones, apuntalados cerca de las tiendas, planeando pequeños grandes asaltos por pan y monedas con las que compran dulces o putas. Todos se parecen a su propio reflejo en los charcos de agua sucia. Rostros de pre adolescentes, cubiertos de hollín y sudor. Leo siempre estaba limpio. Incluso le robaba perfume de lavanda a su madre y le dejaba olerlo en su cuello, riendo ambos sofocados por el placer de empezar algo extraño pero inocente. Ninguno de esos niños tiene delineados ambos ojos en pintura cobriza. Ni los párpados sombreados con azul. Sus manos no deben ser suaves, ni deben tener un dejo del olor a geranios destrozados, esos que Leo se empeñaba en recoger, lleno de disculpas tiernas para las mucamas.
Cuando Jean recogió el cuerpo, quiso enterrarlo con flores, pero imaginó que si gastaba más de una libra, le reclamarían un por qué. Tuvo que saquear todos los floreros de su casa, deseando hacerle una cama y una corona a sus despojos. Pensó que sería bello, pero Leo tenía los ojos verdosos y en su carne unos gusanos blancos comenzaban a rodar cruelmente. El cabello parecía una peluca falsa y su piel se había vuelto gris ceniza, fría como la cera de las velas rotas que se caen en la Iglesia. Los labios, que solían parecer más bellos que cualquier pétalo de rosa roja, estaban negros y tiesos, ásperos como una raíz pegada en su cara macilenta.
Aunque le dio el funeral que quiso y plantó sobre su tumba una cruz que forjó fundiendo un candelero antiguo, no pudo terminar de creer que de Leo se trataba. Escribió el nombre, el apellido y diminutivo en una placa más un lema de los Templarios en latín. Con una pequeña foto que tuvo que cortar de las suyas, para enmarcar y colocar a un lado.
Allen se lo explicó muchas veces, pero conocer algo, muchas veces equivale a comprender nada. Jean pensó que decirlo en voz alta era como insultar la memoria de Leo. La muerte no se expresa. Apresa.
Para hacer que Leo lo enterneciera sólo había que hacer algo extravagante. Por ejemplo: Fastidiar a las mucamas, levantándoles las largas faldas negras y dejando ver esos calzones llenos de corazones rojos en la tela blanca. Esa es sólo una de las cosas que hacían a Leo sonrojarse. Su color subido, hacía juego con su cabello turquesa y sus ojos amarillos como ámbar. De una forma tan llamativa como todas las cosas que solían gustarle a Jean, desde sus patines anaranjados y violetas hasta las plumas de los pájaros que sobrevolaban durante el crepúsculo y que caían de al menos dos piedrazos. Siendo Leo tan tierno y divertido, daba risa a Jean cuando surcaban juntos las escaleras de piedra, prácticamente volando sobre ruedas, matando geranios que a veces su amigo volvía a ver, con tristeza.
Desde que Leo murió no hay buenos motivos para enternecerse. Y hay rosales replantados en donde había geranios; pisarlos, por más divertido que pueda resultar, parece una odisea irrealizable e innecesaria.
Quedó -por el parque- una marca en la tierra donde cayó exhausto ese exorcista que mató a Leo, borrando esa sonrisa mecánica que Jean recuerda con escalofríos. Es totalmente lejana al gesto de picardía avergonzada que solía Leo, esbozarle tras sus manos de niña pequeña, siempre sucias por tierra y juegos.
Cuando Jean da vueltas al rededor, sin ruedas ni prisa al final de sus pasos, está cada vez más cabizbajo e infeliz, muchas veces preguntándose si tuvo alguna culpa. No le parece lógico pero le pesan los hombros y está encogido. Todos los días un poco más.
***
Mi madre murió pensando que Jean era frío y diciendo que eso me mataría.
En el momento en que dejó de respirar, no entendí sus razones. El sol crepuscular alumbraba su cara y no se movía ninguna de sus facciones. Rígida.
Jean es mi mejor amigo, el que he tenido toda mi vida. Doce años.
Solía hacerme reír.
Decía malas palabras y era muy inteligente.
Hacía chistes crueles con algunas personas, a las que tildaba de tontos o que en todo caso, se merecían por algo sus tretas.
Tenía una peca en el cuello, muy pequeña, y con forma de panda.
Mi mamá se reía cuando hacía de las suyas, como cuando estalló esos dulces redondos en una de sus fiestas de té. Aunque sus amigas dicen que es un vándalo.
Su padre no vive aquí y su madre viaja siempre.
Jean prefiere no hablar de ella, pero está orgulloso de su padre. Es un científico. Hace un año se fue a trabajar para el Vaticano.
Ser amigo de Jean me da orgullo. Suele sorprenderme al describirme cómo funciona algo. Sus ojos se prenden fuego y entonces, sé que somos muy distintos.
Siempre creí que era ese talento el que lo hacía diferente.
A principios del invierno patinamos juntos en el hielo. Hicimos camas en la nieve y dormimos sobre ellas, exhaustos, por las vacaciones o el día de pinta. Una de esas mañanas, probé whisky de la petaca de su padre. Hice arcadas y desistí al primer sorbo.
Jean sí bebió mucho. Su cabello derritió la nieve y armó una almohada con mi abrigo. Su rostro parecía una manzana, y sus ojos era brillantes, perdidos bajo sus párpados. Tenía los labios tibios y sus pestañas acariciaban las mías. Yo contuve la respiración y ese fue mi primer beso.
Mi madre murió cuando le conté.
Las criadas le habían arreglado el cabello y estaba demasiado brillante. Parecía una mata. Al decir que la frialdad de Jean me mataría, se cortó su respiración.
Quemaron todo por el tifus. Ropa y cosméticos. La enterramos muy hondo en la tierra, con muchas flores e insuficientes lágrimas.
***
Las baldosas del parque son rojas. Lo eran desde antes de que Leo muriera sobre ellas. Jean cree que sufre un pequeño infarto siempre que su pie toca, temblorosamente, el sitio donde esa cosa parecida a su amigo, dejó de respirar. O algo así. La primera vez rompió a llorar, arañándose la cara. Por la quinta visita, no quedaban rastros: la hierba creció de nuevo y se salva la marca de Allen. Si piensa demasiado en un posible regreso, le silban los oídos y su cara imita el color de las baldosas y de la sangre.
Hay volantes que anuncian la pérdida de Leo y una recompensa en muchas libras ofrecidas por su padre, a su vez donadas por la asociación de damas a la que pertenecía su madre. Jean mira esa fotografía sonriente, en la que Leo parece un muñeco de porcelana fría y se pregunta por qué. Al principio, lágrimas y resfríos bajaban por sus mejillas. Culpó al invierno y se limpió con su bufanda, más de diez estornudos e hipidos húmedos.
Todas las criadas piensan que su gripe se debe a la desaparición de Leo. Asumen que cuando sale a caminar, Jean lo busca en los bajos sitios de la ciudad. Olvidaron en seguida al Jean bromista innato que las hacía suspirar de rabia e impotencia ante su corta edad.
Los niños son niños, decían antes. ¡Aunque diablos parezcan!
Ya no se sabe a dónde llegaremos, pobrecillo. Es víctima de los tiempos modernos...
Se conduelen hoy y lo miran como a un pequeño santo penitente.
Novedad: El padre de Jean le escribió a su hijo. Debe ser grave.
En realidad, fue para pedirle que cuide mejor sus acciones y que deje de enfermar. En su segunda carta lamentaba la pérdida de Leo, pero comentaba la cantidad de bandas juveniles en los alrededores. Jean entendió el mensaje y le envió un escupitajo sellado con el escudo de la familia. No ha recibido la respuesta aún.
Si se siente algo ingenuo, cree los rumores y busca esa cara llena de colores y ternura por entre esos grupos de niños ladrones, apuntalados cerca de las tiendas, planeando pequeños grandes asaltos por pan y monedas con las que compran dulces o putas. Todos se parecen a su propio reflejo en los charcos de agua sucia. Rostros de pre adolescentes, cubiertos de hollín y sudor. Leo siempre estaba limpio. Incluso le robaba perfume de lavanda a su madre y le dejaba olerlo en su cuello, riendo ambos sofocados por el placer de empezar algo extraño pero inocente. Ninguno de esos niños tiene delineados ambos ojos en pintura cobriza. Ni los párpados sombreados con azul. Sus manos no deben ser suaves, ni deben tener un dejo del olor a geranios destrozados, esos que Leo se empeñaba en recoger, lleno de disculpas tiernas para las mucamas.
Cuando Jean recogió el cuerpo, quiso enterrarlo con flores, pero imaginó que si gastaba más de una libra, le reclamarían un por qué. Tuvo que saquear todos los floreros de su casa, deseando hacerle una cama y una corona a sus despojos. Pensó que sería bello, pero Leo tenía los ojos verdosos y en su carne unos gusanos blancos comenzaban a rodar cruelmente. El cabello parecía una peluca falsa y su piel se había vuelto gris ceniza, fría como la cera de las velas rotas que se caen en la Iglesia. Los labios, que solían parecer más bellos que cualquier pétalo de rosa roja, estaban negros y tiesos, ásperos como una raíz pegada en su cara macilenta.
Aunque le dio el funeral que quiso y plantó sobre su tumba una cruz que forjó fundiendo un candelero antiguo, no pudo terminar de creer que de Leo se trataba. Escribió el nombre, el apellido y diminutivo en una placa más un lema de los Templarios en latín. Con una pequeña foto que tuvo que cortar de las suyas, para enmarcar y colocar a un lado.
Allen se lo explicó muchas veces, pero conocer algo, muchas veces equivale a comprender nada. Jean pensó que decirlo en voz alta era como insultar la memoria de Leo. La muerte no se expresa. Apresa.