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thanatos_brideTítulo: La santa madre
Fandom: Original.
Claim: Indeterminados.
Extensión:621 palabras aprox.
Fragmento: ...uno quiere a la madre como si fuese parte de uno mismo. Se la quiere con las pestañas, cada vez más cercanas, que se enredan unas en las otras, mientras que los labios se recuerdan que se hicieron mutuamente en estragos hormonales.
Prompt:Retos ilustrados.Número 81.Conversación.
Advertencia: Incesto madre/hija.
Rating:PG-13.
La santa madre
El auto de su padre ha dejado el lugar vacío que correspondía a su aparcamiento, bajo unos sauces llorones frente a la casa. Ahora puede ver un trozo de río extra a lo lejos, pero la soledad hiere el fondo de su corazón y los hilos de angustia empiezan a interferir con su mirada, poblándola de lágrimas.
-Mamá, no me dejes sola, por favor.-Murmura entre dientes, abrazándole por la espalda, a pesar de que ella está hablando por teléfono ahora, cerrando un trato muy importante.
-…te llamaré luego.-Finaliza, pasando las manos por encima de su cabeza, entre las coletas que sujetan su cabello, igualmente claro y fino, como manteles amarillos tras las misas de abril.
Cuelga y se sienta en el sillón, tomándole las manos.
-No lo haré, querida. Pero ya sabes lo que significa. Tu madre no puede quedarse aquí siempre.
Tiene necesidades que debe satisfacer.-Hace que beba sus palabras. Suaves amenazas y la mece contra el pecho, conteniendo una canción de cuna entre los labios de rubor corrido en el transcurso del día. La muchacha se pregunta con temor si algún colega la habrá besado, si una saliva extraña y pesada se habrá mezclado con la que conoce bien. Le dan ganas de llorar. Como siempre que llegan a este punto y empiezan a deshacerse los peinados de las mañanas. Es más cómodo dormir así y ya casi llega la noche. Sería la hora del té, porque al haber llegado tarde tras gimnasia en ese día, suele serlo y tienen poco tiempo para estar solas, hasta que la sirvienta llegue de la Iglesia a preparar la cena. Su mamá no la deja cocinar. Dice que le arruina las manos y tiene razón. Su piel lo siente, en especial en invierno, que se pone áspera si no la cuida. Lo hace. No quiere que su madre le grite. Eso también la empuja a las lágrimas. Y su mamá se siente tan mal consigo misma cuando la ve llorar que no vale la pena hacerle semejante porquería. Si la quiere tanto.
Y despeinada, sin los zapatos de vestir que tienen la cruz en el broche plateado (la escuela marista es así de minuciosa), bajando las persianas, uno quiere a la madre como si fuese parte de uno mismo. Se la quiere con las pestañas, cada vez más cercanas, que se enredan unas en las otras, mientras que los labios se recuerdan que se hicieron mutuamente en estragos hormonales. Se la quiere con un suspiro y ahora llorando porque se abren las piernas y siempre es doloroso. Pero tu madre, oh, tu madre lo hace por amor y humildad. Para que sepas lo que es un hombre y los deberes de la mujer. Para que sepas de la humedad por donde pasa el Universo y aprendas a manejar tu cuerpo. Tan buena es mamá, aunque duelan sus manos antes de que el mundo se contraiga con el calor que se va a al suelo como un torpedo y destroza las paredes de la habitación, hasta que ambas terminan en el suelo, jadeantes. Mamá acariciándote el cabello, diciéndote que cada día lo haces un poco mejor, aunque todavía llores, en vez de encontrar el punto placentero de las tijeras que se cierran en la ingle. Entonces mamá es una amiga, claro que sí. Una amiga que vuelve a besarte con suavidad, casi castamente, empujándote el chicle de nuevo contra las encías y buscándote los pezones erectos bajo la camisa. Siempre es mamá buena, como la sangre en el manto de la virgen y la primera vez ni siquiera había rojo entre sus dedos, así que no te creyó cuando dijiste que no sabías, que nunca fuiste de nadie, ni de ti misma.
