thanatos_bride: (Default)
xxx ([personal profile] thanatos_bride) wrote2008-01-28 02:40 am

Sin escribir 1/En la versión gringa son 2, pero en cristiano ni idea ;_;

Autor Original:Flamika-sama.
Beta Reader: Ilye-san.
Fandom:Death Note.
Pareja: Matt/Mello.
Rating: NC-17.
Advertencias: Spoilers para los nombres de cada quién. Y si no sabes quién demonios es cada uno de los que forman el pairing -_-U
N/T: Cut Gyn comenzó a traducirlo a altas horas en un asilo para ancianos en el que consiguió trabajo y en esas noches interminables, cuidando un pariente moribundo. Lo crean o no, encontraba el angst gracioso. o.ó
¿Dónde ha sido posteado? Inédito. *baila* Amor Yaoi me discriminó (?) O a Word, al menos.




The sexiest thing is trust.

-Tori Amos, "Jamaica Inn"-


A Matt, el invierno le traía demasiados recuerdos de la muerte, no obstante, ésta seguía siendo su estación predilecta, probablemente porque adoraba encontrarse amortiguado por varias capas de ropa que lo separaban del mundo. Casi experimentaba la plenitud de un logro importante cuando conseguía mantenerse tibio durante esa época.

De chiquito, suponía que tenía como una burbujita alrededor suyo, que lo tapaba de todo el mundo, haciéndolo invisible, de manera que el resto de la gente era ciega a su presencia. Hermosísimas semanas de su infancia se le fueron al tratar de hacer esa suposición una realidad, ignorando él a su madre, que pretendía entrar en un coma alcohólico, tomándose todo lo que tenían en la casa. A pesar de que lo intentó hasta cansarse, siempre estuvo al tanto de que no debía dejar que se le formara un derrame cerebral durante sus experimentos, ya que estaba convencido de que seguiría siendo visible en su gloria de retardado.

Pero ahora, en medio de éste frío, insolado en ese condenado y enorme distrito de Los Ángeles, Matt sabía que probablemente caería muerto de un momento a otro, y que bien podían pasar varios días antes de que alguien siquiera lo notara, tanto menos, diera informe de su muerte a las autoridades. No es que se hiciera mucho drama con eso, la verdad. El anonimato parecía haberse adueñado de su nacimiento, al igual que ahora le aseguraba la supervivencia; incluso pensó que le gustaba la forma en la que tendría lugar su fin. A nadie le importó demasiado cuando él nació una noche de febrero, diecinueve años atrás-había sido hijo de una tipa que no quiso críos, para empezar- y Matt no esperaba que francamente nadie notara cuando se muriera, al fin y al cabo.

Los postes de luz en ese barrio estaban demasiado separados entre sí, pero de todos modos, Matt se las ingenió para sacar una hoja de papel fuera del bolsillo que tenía su grueso chaleco para esquiar (ya que estamos; el máximo contacto suyo con la nieve fue a través del control de su Nintendo y los píxeles de una pantalla). Cuando se inclinó, el cuello a rayas le rozó el labio superior, sus ojos trazaron la forma de las letras y los números que había garabateado muy apurado en aquel pedazo de papel, mientras leía los resultados que se obtenían desde numerosos dispositivos diseñados para rastrear teléfonos móviles.

El edificio dilapidado que se alzaba a través de esa calle no tenía nada que diera indicio de su dirección, pero las coordenadas coincidían con las del equipo GPS que Matt hubiera instalado en su automóvil. Ahora, nada más le quedaba entrar y comprobar por sí mismo si Mello no la había palmado durante las horas que le tomó viajar desde Nueva York y encontrar ese condenado agujero, en la peor zona de Los Ángeles, hacia el cual, Mello había logrado arrastrarse Dios sabe cómo.

Metiendo de nuevo el papel en su bolsillo trasero, Matt exploró con la mirada aquellas calles oscuras, antes de abrir la puerta de su auto y pasearse por el pórtico, sintiendo el frío aire de la noche de Noviembre. Aparcó en un callejón algo estrecho, entre dos deteriorados botes de basura, pero si todo salía como esperaba, tendría que permanecer largo tiempo, debería regresar después para buscar su equipaje y encontrar alguna forma de esconder mejor su vehículo. El tipo que se lo prestó era un viejo conocido suyo, pero el mantener una relación limpia y familiar con el mismo, no significaba que dejaría de pedirle alguna forma de pago si se lo robaban.

Probablemente lo volvería otro de sus empleados temporales, y en cuestión de unas horas, se vería adormecido por narcóticos, encontrándose con hombres raros en el lado más oscuro de alguna calleja baja, o dejándose hacer en el asiento trasero de uno que otro auto. Le iba a doler en el culo, pero ahí estaba Matt, pasando por todo esa mierda, para ayudar a alguien que no esperaba ni volver a ver en primer lugar, y menos que menos bajo éstas peculiares circunstancias.

Todo se estuvo quieto mientras que él cruzaba la calle. Los dedos invisibles del viento le acariciaron el pelo marrón, oscuro, haciéndolo caer por encima y a través de sus lentes de sol.

La puesta del frente en aquella vieja construcción (una oficina, ahora que Matt la veía de cerca), tenía los bordes oxidados, pero continuaba firme en su lugar. Pensó en sacar las bisagras y forzar la cerradura, pero eso significaría estar en la acera con una pose sospechosa durante un tiempo considerable. Además, Mello había llegado a éste lugar de alguna forma, y obviamente no fue por esa entrada.

Rodeó el edificio con lentitud, empujándose los lentes protectores hasta por encima de la frente, para poder ver con menos dificultades. Se sorprendió cuando se dio cuenta casi inmediatamente de cómo había logrado entrar Mello: cristales rotos en el piso, una ventana quebrada de tal forma que parecía una mueca afilada. Matt examinó los restos, sus manos enguantadas se posaron en la grava y levantó la mirada hacia el interior del antro, sobrepasando la ventana quebrada. Tan sólo la oscuridad le devolvió la mirada, pero a la luz de la luna, notó los restos de una sustancia oscura en los bordes del cristal. La sangre de un rubio endiablado, demasiado impaciente (o malherido) para terminar de romper la ventana por completo antes de arrastrarse por ella, o eso fue lo que a Matt le pareció.

Por suerte, Matt no era rubio, ni estaba endiablado (o esa era su opinión, cuando menos), por lo que se tomó un momento para patear con las botas de combate el resto de los vidrios. A la par del ruido de los cristales siendo quebrados, dio una mirada ligeramente nerviosa alrededor del cuarto prefabricado. Ningún traficante de drogas o sicario, apareció mágicamente ante él para apuñarle. Luego de dar un par de vueltas con reticencias, resolvió pasar de una vez. Las piernas primero, el resto después. El marco le rasgó la espalda a través del chaleco, y a no ser que Mello siguiera teniendo la misma estatura y masa corporal que la última vez que Matt tuvo la oportunidad de verlo, cuatro años atrás, debió de haberse hecho una herida de la puta madre intentando pasar de la misma forma.

Lo normal sería que Matt encontrara la oscuridad reconfortante, pero ni bien se puso en pie, en ese cuarto desierto y observó con claridad aquello que podía ser un rastro de sangre seca, se vio embargado por más de ese antiguo miedo humano, la histeria ante aquello que se desconoce y no puede verse. La puerta que daba al siguiente ambiente estaba abierta de par en par, pero eso no evitaba que toda la construcción luciera oscura, silenciosa. Haciendo un gran esfuerzo para evitar pisar la sangre, con cierta torpeza, Matt salió de la habitación tropezando, y a punto estuvo de caer por la escalera que apareció de repente ante si. La sala principal de esa oficina se le presentó, negra como la boca de un lobo, salvo por unos escasos rayos de una luz de luna que fluía por una ventana rota.

Los ojos de Matt se irritaban con facilidad ante la luz, pero eso no necesariamente indicaba que su visión durante la noche sería mejor que la de cualquier otra persona (cuando menos, Matt no estaba seguro de eso); avanzó a paso iracundo, con una mano levantada, a ciegas, lentamente armándose camino a través de la oscuridad. Su mente comenzó a clasificar las sustancias que sus botas pisaban. Yeso. Mugre. Vidrio. Plástico. ¿Dónde carajo estaba Mello? A éste ritmo, Matt lo iba a encontrar cuando le pisara la cabeza, o algo por el estilo.

Desde luego, no se esperaba una recepción con alfombra roja y tesito, pero Matt recorrió el vestíbulo hasta penetrar más profundamente en la construcción, pensando que todo aquello era una mierdosa manera de jugar a las escondidas. Consideró que ya era hora de salir un rato y fumar algo para recompensarse por haber llegado tan lejos, pero al darse un tropiezo en otra esquina oscurecida, finalmente vio un hilo de luz dorada que salía desde debajo de una puerta cerrada, al final de un pasillo, y se extendía a penas unas pocas pulgadas, antes de ser devorada por las sombras.

Éste era el único vestigio de vida en toda esa edificación muerta, y ni siquiera podía decirse que fuera muy potente, al menos en aquella instancia. Matt dudó entre pasar o no hacerlo, tratando de escuchar a través de la puerta cualquier ruido sospechoso que viniera desde adentro de la habitación, pero la luz era igual de silenciosa que la oscuridad: protegía bien su secreto, si es que guardaba uno. Giró el pomo metálico muy lentamente, esperanzado de encontrarlo cerrado, cosa que le permitiría ir a fumar después de todo, pero tras un crujido, logró pasar.

La única fuente de luz en ese cuarto, venía de una linterna barata, tan baja como era posible, pero incluso a penas eso bastó para que Matt se buscara las lentillas en la frente y las bajara, instantáneamente. El aire ahí dentro sofocaba, pero eso era culpa del pequeño calentador que descansaba contra una pared lejanísima. Tanto calor nada más acentuaba el olor a sangre y enfermedad, la rabia que cada vez era más furiosa y la desesperación, que ya había dejado sus marcas en la escena. No había mucho más para andar mirando en esa pocilga: un colchón de una plaza tirado por el suelo y encima, un cuerpo de lo más pálido, tendido.

Lo primero que le cruzó por la cabeza a Matt fue que Mello estaba muerto (y desde hacía más bien poco, a juzgar por la ausencia de olor a podredumbre); lo segundo fue que se había jugado el culo al pedir un préstamo, cruzando el país, para ir a mirarle la cara a un occiso. Bonito occiso, tenía que admitirlo, a pesar de que la cabeza y el torso estaban cubiertos de vendajes , y la ingle protegida con una manta, piernas largas y huesudas, estiradas sobre el colchón desnudo.

Con su buena dosis de locura, Matt contempló la posibilidad de irse para chequear su casilla de correos electrónicos en aquel cyber café visto a la salida del aeropuerto, si mal no recordaba, cuando llegó esa mañana misma, pero justo entonces, una de las piernas de Mello se movió , captando nuevamente su atención al presente. Fue acercándose a la figura medio desnuda, arrastrando los pies, notando que Mello hasta temblaba un poco, a penas perceptiblemente: una fina vibración lo sacudía desde sus labios hasta la punta de sus dedos.

Parecía que el fuego del Infierno lo había reanimado, como a cualquiera que hubiera sido arañado por las garras mismas del Diablo, zafando sólo para darse cuenta de que lo esperaba una gran porquería al volver a la Tierra. Por debajo de los vendajes, el cuerpo de Mello parecía ser delgado al punto de volverse más que nada músculo, hueso y agonía puramente envuelta en frágil piel. Matt se arrodilló al lado del colchón, sin saber muy bien cómo se iba a hacer cargo de semejante desastre, tras haber accedido de algún modo a ayudar. Los frascos de analgésicos preescriptos estaban desparramados por el suelo, y una jeringa vacía descansaba junto a uno cuya etiqueta rezaba claramente "Morfina".

-Te juego lo que quieras a que estás más volado que un barrilete, por lo menos ahora.-Comentó Matt, con la voz haciendo de intrusa en aquel silencio sepulcral.

Luego de echarle un nuevo vistazo a Mello, se da cuenta de que tiene un rosario rojo enredado en los dedos de la mano derecha, el crucifijo acoplado justo a su palma sudorosa, resguardado entre unas uñas largas pero desiguales, en las que todavía queda algún rastro de esmalte negro y nacarado, del más barato. Matt reconoció el rosario porque Mello ya lo tenía cuando estaban juntos en la misma Institución.

-Siempre andabas por todos lados con esa… Cosa tuya.-Murmuró Matt, alargando su mano para tocar uno de los dedos de Mello, deseando asegurarse de que todo lo que sucedía era de verdad.

Logró cerciorarse, pero no de la forma en que esperaba hacerlo. No se dio cuenta cuándo fue que Mello tomó un hilo de aliento, pero Matt pudo sentir el escozor de sus ojos (vendados los dos, no obstante) fijándolo como objetivo. Lo siguiente que se le vino encima fue su mano derecha, enredada en el rosario y todo, restregándole la cruz contra la piel. Su pulgar intentó hundirse en el ojo de Matt, que estaba protegido por el plástico, contra el cual, la uña quebrada chocó en su arañazo. Parecía un Doberman gruñendo tras una valla, encadenado; por lo visto, Matt le erró a la hora de leerse el cartelito de "Cuidado con el Diablo rubio y agresivo" cuando la cruzó.

-¡Espera!-Exclamó Matt agitado, sabiendo que era mejor hacer eso que intentar escapar, aún y cuando el corazón le latía tan fuerte que le dolían los oídos: parecía un tambor de guerra.-Soy yo. Matt.

La respiración de Mello era brusca, irregular y adolorida, el aire se arrastraba hacia fuera de sus pulmones como un prisionero cargando su bola de metal, correspondientemente encadenada a sus pies. No mostró el más mínimo signo de reconocimiento.

-Te digo que soy yo.-Probó Matt otra vez.-Acuérdate, que tú me llamaste. Si hasta me diste una frase en código para que te diera cuando llegara.

Luego de un silencio incómodo, Mello pareció juntar suficiente fuerza, apretando su agarre incluso con más fuerza, todo contra la cara de Matt. Estaba loco. Logró decir dos palabras, con la voz rasposa.

-¿Cuál?

-Que Dios me salve el alma.-Contestó Matt, más que nada a la palma de Mello. Al fin captó el por qué le había dado ese código; Mello se dio cuenta de que para cuando llegara, le iba a ser imposible mirarlo, con todos esos vendajes protegiéndole la cabeza.

El agarre de Mello disminuyó de a poco, en tanto sus dedos buscaron la piel de Matt.

-Yo no me creí…Pensé que no ibas a venir hasta acá.

-No, casi no lo hago.-Admitió Matt, observando atentamente cómo la mano de Mello se dejaba caer hasta su rodilla y luego viajaba sin fuerzas, dando por fin contra el piso, golpeando contra un frasquito recetado, con vaya a saber qué adentro. El sonido de su respiración irregular llenó el cuarto, y luego se detuvo abruptamente, parecía una tarde muy tranquila justo antes de que pasara un huracán mar adentro.

Matt iba a pedirle a Mello permiso para fumar en la habitación, pero desafortunadamente, su compañero parecía haber caído muerto. No era sorprendente, si tenemos en cuenta que experimentaba mucho dolor y acababa de sufrir una convulsión. Matt lo tocó con el pie, cuidadosamente, por si acaso Mello volvía a tratar de agarrarlo. Le dolía la cara en donde le había arremetido, y al frotar sus dedos enguantados contra un área particularmente dolorosa, encontró rastros de su propia sangre, probablemente una herida provocada con el rosario.

Cuando levantó la vista, notó una puerta que había pasado por alto antes, en la confusión de ser atacado por un hombre malherido y desnudo.

-Te voy a usar el baño.-Le avisó a Mello, que por muy inconsciente que estuviera, no dejaba de ser el dueño del antro. Esperaba que fuera un baño, o quedaría como un imbécil.

Por suerte, sí resultó serlo. Un baño muy grande, por cierto. No tenía la menor idea de por qué una oficina podría necesitar tanto espacio para el baño, pero definitivamente Mello había aprovechado el lugar. Había vendas usadas por todo el suelo, unas particularmente enrojecidas por los restos de sangre, parecían haber sido pateadas a una esquina. Matt se estremeció al pensar en la falta de higiene que reinaba, pero se calmó un poco al asumir que las nuevas vendas estaban limpias, puesto que habrían sido extraídas de un lugar muy lejano a toda aquella suciedad.

Había feo olor, pero Matt pensó que si hubiera sido él quien entrara por la fuerza en una casa terrorífica, con quemaduras por todo el cuerpo, a ciegas y enloquecido por el dolor, probablemente no se hubiera hecho el dandy tampoco. Y por si fuera poco el desastre que ya había, un par de pantalones de cuero y un chaleco haciendo juego, estaban desparramados por ahí también, chamuscados, rasgados en algunas partes.

Encendió la luz y se acercó al espejo sobre el fregadero, tratando de localizar mejor los daños. Las uñas de Mello habían dejado sus marcas en la piel de Matt, pero sin llegar a sacarle sangre. Sin embargo, lo más llamativo era la formita del crucifijo, casi dibujada encima de su mejilla izquierda, casi una copia perfecta acostadita a lo largo de su pómulo, como si fuera una fea marquita de nacimiento.

Las marcas dejadas por la presión de las cuentas del rosario enmarcaron la cruz, a su vez, como si fuera un ataúd. En realidad, algo en ellas hizo que Matt se acordara primero de las piedritas negras que se rodaban por encima de la nieve, cierta noche de invierno, escapándose a despecho de toda esa blancura que enmarcaba el cuerpo destrozado de su mamá, todavía quemándose por el…

Matt dejó el baño, absento en sí mismo, tocando levemente la impresión de Jesucristo, sobre su mejilla. Necesitaba un cigarrillo, cuanto antes mejor.

*--------

Matt sabía que no era precisamente una buena idea privar a Mello de su suministro de morfina, en especial desde el momento en el que no sabía cuánto tiempo llevaría dependiendo de ella, pero el que esos frascos de píldoras junto al colchón estuvieran vacíos y no contaran con etiqueta alguna, era preocupante.

Usó su teléfono para conectarse a Internet (un rato antes, trató de pedirle ayuda a los vecinos, pero casi se cayó en una cloaca destapada) y buscar información sobre los síntomas de la adicción a la morfina, los cuales no eran presentados en absoluto por Mello…todavía. Matt esperaba que los frascos pertenecieran a otros analgésicos, lo que significaría que Mello había recurrido recientemente a las inyecciones.

El tipo debe haberse estado muriendo de dolor, pero Matt no se vino hasta acá para ver cómo se le muere por una sobredosis, así que le pega una patada al basurero. Por lo tanto, es de lo más lógico que rebusque hasta cazar algo de Vicodina en el gabinete, ponga esas pastillas al lado del colchón de Mello, se lleve los frascos de morfina, las jeringas, y etcéteras, para meterlo todo en su auto, ahora oculto en un estacionamiento privado de esa oficina abandonada, cubriendo la "merca" con un trapo viejo.

Nada más le quedaba rogar que Mello no se hubiera metido suficiente morfina como para hacerse adicto, de lo contrario, Matt tendría que pensar en cómo evitar que Mello enloqueciera y lo agrediera para conseguir un poco de droga. Que cuidara a un pibe por un par de días, no significaba que estuviera muy dispuesto a dejar que le arrancaran un ojo. Para cuando Matt volvió del único negocio abierto a esas horas (a más de tres manzanas) al que había caminado para comprar unas boludeces, ya le habían vuelto los recuerdos de Wammy´s House: cada vez en la que Mello se había enloquecido. Incluso cuando Matt era el tercero en la línea de sucesión a L, no le costó mucho captar el abismo que había entre él y Mello. Se dio cuenta de que era algo muy difícil de cruzar. Además, quería tener todo en claro con Mello; el tipo tenía una personalidad destructiva, y Matt ni quiso imaginarse lo que le hubiera hecho si hubiese tratado de ir por el segundo puesto con legítima seriedad. Matt quería convertirse en L, pero no daba para tanto. Era lo único que Mello quería.

Seguro que me llamó porque tengo cabeza, pero no tanta como para ser un peligro, pensó Matt con cansancio, cuando regresó a la casa, con bolsas de plástico entre los dedos. Ya se había discutido mentalmente sobre los motivos que Mello tendría para hacer que se metiera de clavado en ese antro, durante más de tres días. Le pidió socorro. Matt se sorprendió a sí mismo diciendo que iba a ir, y por si fuera poco, cumpliendo con su palabra. Cuando llegó de vuelta a la pieza, vio que Mello estaba sentado al borde del colchón, y sospechó que su viejo amigo había pensado en darle un uso más bien lejano al de casto hermano mayor. Eso si le era posible pensar en algo más que el dolor. Se había sacado los vendajes de la cabeza, por lo que se dejaba ver el ojo derecho. Su iris era oscuro como un carbón, pero la parte blanca era roja por las venitas. Nada más una mirada y ya era obvio que ese ojo chispeaba de furia.

-¿Dónde mierda está?

Matt no se molestó en preguntarle qué andaba buscando. A penas se atrevió a acercarse tanto como le fue posible, debajo del único ojo visible de Mello, que no dejaba de seguirle el rastro como un francotirador sigue su propia bala, recién disparada. La única diferencia era que lo hacía con más odio y, por suerte, sin arma.

-Dale, que te vas a matar con eso. A lo mejor te convendría probar la Vicodina, ¿No?
Mello pateó a ciegas las botellas con píldoras, mandándolas a rodar por el suelo.

-¡No! Quiero la puta morfina. ¡Devuélvemela!
-Nop.-Contestó Matt, sin ceder un ápice, más que nada porque estaba convencido de que no le costaría frenar los golpes de un tipo tan malherido.

Podía sentir la rabia de Mello rayando el horizonte, como si fuera una tormenta; le sorprendió que en vez violentarse, buscara seguir sufriendo, juntándose su falta de movilidad con el tumulto de emociones que se le erupcionaban adentro. Estaba muy mal y a pesar de eso, si le sacabas la inmensa furia a ese ojo despachado, te dabas cuenta de que el mundo de Mello era puro, pero se las arreglaba para hacerle su lugar a Matt: éste último agradecería que la gravedad en las heridas de su cuerpo le impidieran actuar.

Mello cerró los ojos muy de repente, apretó los dientes, los hizo rechinar. Su cuerpo casi se estremeció, pero logró contenerse, temblando de arriba abajo.

-Me duele.-Tosió.-En serio que me duele.

-Ya me di cuenta.-Suspiró Matt, agarrando uno de los frascos que Mello había tirado para abrir la tapa a prueba de chicos de seis para abajo (y de adictos a la morfina, por suerte). Puso dos píldoras de Vicodina en la palma de su mano y cazó una botella de agua mineral, recién comprada.

-A ver, prueba con éstas.-Se las ofreció a Mello, que a penas y abrió su ojo un poco más, mostrando su forma. El instinto le formó una lágrima, que era a penas una película brillante sobre su globo ocular. La mano derecha se le hizo puño cerrado en la sábana que le cubría bajo el vientre. No parecía querer o poder hacer lo mismo con su otro brazo.

Matt dejó las bolsas de compra en el suelo e hizo amago de ponerle él mismo las pastillas en la boca a Mello. Medio estaba preparado para que lo mordiera, pero el pibe se portó increíblemente dócil: sus dientes a penas rozaron los dedos enguantados de Matt para llevarse la dosis hacia la lengua. Matt iba a ofrecerle un sorbo de agua, pero Mello las tragó en seco, sin darle tiempo.

Observó con atención cómo Mello se tenía sobre el lado derecho de su cuerpo, estirando las piernas por encima del colchón y moviendo el brazo que no quedó atrapado bajo su peso. Todavía tenía el rosario enredado en la mano y las cuentas golpeaban unas contra otras a medida que él se movía. Matt se arrodilló y empezó a sacar el resto del contenido de sus compras.

-Si te enojas mucho, puedes tirarme lo que tú quieras (siempre y cuando no esté muy afilado). Eso sí: ten cuidado, que a lo mejor te lo devuelvo.

Por lo visto, a Mello no le llamaba la atención el comentario, ni siquiera como gracia, cosa que a Matt no le preocupaba demasiado. Sacó unas barras de chocolate y las dejó al lado de la cama.

-Ni idea si todavía te gustan, pero te vas a desvanecer si no comes algo.

Mello no le contestó. Matt siguió ordenando en silencio, colocando en una línea cerca de la cama, todas las botellas de agua y guardando en una bolsa aparte las papas fritas, entre otra comida basura, para consumir luego.

-Tienes el pelo más oscuro.-Comentó Mello, de repente.

Matt se encogió de hombros.

-No tomo sol muy seguido.

-Me doy cuenta.-Contestó Mello, ya un poco dormido.-Y de que encima sigues fumando.

Matt cayó en la cuenta de que tenía un cigarrillo entre los labios. Lo había olvidado por completo.

-Para, ¿Cómo es eso de que "sigo"?

Mello enfrentó su mirada con ese único ojo entrecerrado.

-Empezaste en Wammy´s House. Le afanabas los paquetes al viejito Miles y te los terminabas a escondidas, detrás de la Iglesia. Yo me daba cuenta.

-Al pedo me maté disimulando, entonces.

Mello hizo un ruido con la garganta que pudo pasar por risa en un principio, pero entonces se le cerró el ojo de repente, se quedó callado, cayendo una vez más en el olvido autoinducido con las drogas. Matt se perdió mirándole las facciones mientras dormía, tan atractivas como lo habían sido desde siempre, incluso teniendo una pequeña cicatriz que asomaba por debajo del vendaje que comenzaba a aflojar. La carne le devolvió su propia mirada: estaba roja y viva, pero no parecía haber sido infectada. Por otro lado, si una quemadura enferma hubiese saltado al regazo de Matt, tampoco era del todo seguro que fuera capaz de reconocerla como tal. Pero al menos ya sabía qué esperar…En todo caso.

Pensó en dejar un rato la pieza atiborrada de cosas y dar un paseo por afuera hasta cazar algo con lo cual entretenerse, pero dudaba que hubiera algo verdaderamente divertido. Ya se había dado una vuelta en su momento y no vio más que una que otra ventanita rota, animalejos de basural y cubos para desperdicio extremadamente grandes, que bien podían guardar un cadáver adentro (ni eso, a tales alturas, hubiera impresionado a Matt). Además, cada vez era más cercano el horario nocturno y no le hacía la menor gracia ir por esa clase de zona en busca de joda.

Estaba un poco cansado, pero aunque el colchón era de dos plazas, no le tenía mucha confianza a Mello todavía. Por lo menos, no alcanzaba con la que ya le tenía de siempre como para dormir cerca suyo.

Después de mirarlo un rato, Matt soltó un suspiro y se dejó caer en una silla que había encontrado en una despensa vieja. El metal estaba duro y frío, dolía contra la espalda, pero igual sacó un cigarrillo, lo prendió y manoteó un videojuego que se había traído consigo, resignado a que pasaría muchas horas aburriéndose. Todo por un tipo al que conocía lo suficiente como para considerar un perfecto extraño.

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La verdad es que Matt no tenía la más mínima idea sobre cómo cuidar de un enfermo. Una mujer a la que había cortejado tiempo atrás, era madre de dos nenes bastante chicos y lo convenció de vigilarlos cierta vez. No pasó nada que pueda llamarse "desastre", pero eso se debió por sobre todo a que los dos se habían turnado a jugar con los videojuegos de Matt, riéndose el uno del otro cada vez que perdía. Y esa era su única experiencia en lo que a cuidado de niños tenía en el expediente.

Aparte de esos, de lo único que Matt se hizo cargo alguna vez, fueron una planta de Bambú (que se le murió al final) y un jardín Zen (lo tiró al suelo sin querer, cuando se deshizo de un control de Playstation, arrojándolo al basurero sin mirar a dónde, exactamente). Prácticamente carecía de cualquier instrucción en el área de "amoroso cuidado del prójimo", siendo sinceros. También era bastante obvio que mantener a Mello tranquilo no sería como tratar con un par de pibes de seis añitos, mucho menos en comparación con una vara de bambú o una placa llena de arena.

Lo que a Matt le salía bien era vigilar, y a pesar de que Mello dejaba un poco de baba al dormir en la almohada, mirarlo todo el tiempo se sentía bastante bueno, incluso después de que sobrevivió a esa fea quemadura. Por eso se la pasó durmiendo, jugando, queriendo que estuvieran los dos en su departamento de Nueva York, e inconscientemente memorizando cada ángulo y curva en el cuerpo de Mello. En el lapso de vida que pasaron juntos en Wammy´s House (dichosa época), Matt no se había fijado nunca en lo atractivo que resultaba. Mello tuvo desde siempre un aire que atraía gente como miel abejas, pero Matt supuso-cada vez que le fue posible desprender los ojos y la mente de los juegos de video - que eso tenía más que ver con su personalidad y no tanto con el arco de cuido que formaban sus labios carnosos o la forma en que la luz del sol hacía brillar su pelo rubio hasta hacer que pareciera oro puro.

Obviamente, no era un secreto que Mello había tenido mejores días que los de ahora, pero seguro que a Matt le gustaba tanto mirarlo por eso. Encontraba la perfección demasiado aburrida, y Mello solía tener los errores exhibidos como premios revestidos en oro. Ahora parecían haber tomado lugar en su cuerpo. La impaciencia era la piel magullada a la altura de las rodillas y los codos, prueba de que se había arrastrado sobre un suelo poco apetecible; la imprudencia eran esas heridas en su pecho; sus emociones extremas podías ser tomadas como las uñas quebradas que Matt limó cierta tarde, a falta de algo más divertido por hacer. A las cicatrices que le fueron reveladas tras la caída de los vendajes, Matt no pudo decirles más que "derrota". Una derrota pesada, jodida, extendiéndose por la cara de Mello hasta consumirse en su espalda, como la marca de un látigo.